Diario haikú, ¿haibun?
He empezado sin pretenderlo una especia de diario poético por el curioso mecanismo de escribir un haikú, (acentuado por aproximarme mejor a la pronunciación japonesa), al día.
Lo hago así porque los sentimientos, imágenes y meditaciones que contienen son esencialmente las misma que podrían compeler a otro ser humano y, —por otra parte—, a nadie dañan. Si hablara de las pequeñeces de la oficina, quizás solo interesaran a otro oficinista o me maldijera porque recordarle las miserias del trabajo. Además tendría que bailar con la verdad y la mentira para no ofender a nadie.
La poesía me permite evitar esos compromisos, quizás con mayor libertad aún que la ficción. Con el tiempo, es verdad, ni yo mismo recordaré que sucesos me inspiraron qué poemas; a veces algo tan sencillo, bello y horrible como una mancha iridiscente de diesel en el agua. Pero seguramente sea mejor así; la memoria no es más que la autobiografía que nos confeccionamos a nosotros mismos con retales de realidad y parches de ficción, pero la meditación, esto es, el pensar sobre lo pensado, rescata la verdad de todas las cosas.
crujen las llamas
ante mis pies cansados
cerca la bici